3. JESUS - PARADIGMAS - PRINCIPIOS (I parte)

"No piensen que he venido a traer paz sobre la tierra; no vine a traer paz, sino espada" [1]
"No piensen que he venido a abolir la ley y los profetas; no he venido a abolirla sino a perfeccionarla". [2]

Estas fuertes palabras de Jesús nos ayudan a mirarlo como una persona poco convencional, diferente, especial, que no tiene miedo de nadar contra corriente y romper con muchos paradigmas que atan a su pueblo: modos de ver el mundo de manera parcial, incompleta, tergiversada y en algunos casos equivocada. Jesús con sus acciones, vida y mensaje invita a que su gente, sus discípulos quiebren el orden del pensamiento de su época y adviertan en El un nuevo paradigma. No se trata de paradigmas, científica, cronológica, psicológicamente traspasados en el tiempo, es decir: Jesús, a pesar de su condición de Dios, no violenta la época y comienza a hablar de vuelos a la Luna o del automóvil, sino que se trata de revitalizar las concepciones teológicas - filosóficas y de vida de su pueblo, iluminándolas, renovándolas y replanteándolas.




Un primer paradigma que Jesús rompe es su Mesianisno, su estilo de Mesías. ¿Quién es un Mesías? La palabra hebrea Maschiaj (‘Mesías’) equivale a Kjristós (‘Cristo’) en el idioma griego, y a su vez, Cristo quiere decir: “El ungido de Dios” en nuestro idioma español. En el Antiguo Testamento los reyes judíos de Israel eran previamente “ungidos” por los sumos sacerdotes para ser nombrados para ese cargo. Ese ungimiento consistía en que el sumo sacerdote vertía aceite sobre la cabeza del escogido que se convertiría en rey. Por ejemplo: Saúl, David, Salomón, etc. ( 1 Samuel 10:1; 16:13; 1 Reyes 1:33-35). En otras palabras, Saúl, David, Salomón, y sus sucesores se convirtieron en CRISTOS para poder reinar sobre el pueblo Hebreo. Saúl era un Cristo (“ungido”), David era un Cristo (“ungido”), Salomón era un Cristo (“ungido”), y sus sucesores. De los ungidos (Cristos) que en la historia bíblica adquieren mayor trascendencia por lo que significó para su pueblo en cuanto a unión de tribus, hegemonía político - militar y bienestar general, David se constituye en el gran Rey, el Rey que anhelarán por siempre y en el cual se depositan todos los sueños del pueblo de Israel, más aún con las promesas que el mismo Yahvé le hace, como testimonia la Sagrada Escritura:

“Y cuando tus días sean cumplidos, y duermas con tus padres, yo levantaré después de ti a uno de tu linaje, el cual procederá de tus entrañas, y afirmaré su reino. Él edificará casa mi nombre, y yo afirmaré para siempre el trono de su reino. Yo le seré a él padre, y él me será a mi hijo...y será afirmada tu casa y tu reino para siempre delante de tu rostro, y tu trono será estable eternamente” [3]

Así pues, inicialmente la promesa de un Mesías enviado por Dios para salvar a su pueblo se expresa con categorías reales. En este primer anuncio Dios promete a David un reino duradero a cuyo frente estará un descendiente suyo. Al rey se le reconoce el papel de lugarteniente de Dios, según lo indican el título de siervo, y sobre todo el rito de la unción real, que parece tener un carácter religioso y que hace del rey el garante de la alianza.

La figura del rey David es de altísimo nivel para el pueblo de Israel, "David, el aventurero feliz, piadoso e inteligente, fue ese hombre hábil y fuerte, encantador y genial: un principe según el corazón del pueblo. Nadie fue nunca tan amado. Su figura, ciertamente idealizada un poco por la tradición, fue siempre la del rey perfecto y la del perfecto 'siervo de Yahvé' ." (Auzou)

Así presentado, las características del Mesías esperado, es un Mesías al estilo de David, todopoderoso, capaz de reunir nuevamente a su pueblo, recuperador de las tierras prometidas, el gran Rey-Guerrero que no temerá enfrentar a los tiranos que intenten esclavizar a su pueblo. Después de la muerte de David, las cosas se le complican al pueblo de Israel, hasta llevarlos a ser deportados en dos ocasiones (Babilonia - Egipto) y para colmo de males el gran imperio Romano los invade y ocupa - la cosa más terrible para un heredero de David – (Año 63 a.c.)

Escribe Georges Auzou, Profesor de Sagrada Escritura (1961, "La Tradición Bíblica"): "Se aspiraba nuevamente al restablecimiento de un reino a la manera de David, pero que sería resueltamente hostil a todo lo que no fuera judío, xenófobo a todo trance, deseoso de una exaltación nocional que compensara con creces todos los sufrimientos experimentados, vengara al pueblo elegido de todas sus humillaciones y se saldara por la aniquilación radical de las "naciones" confundidas todos como enemigas de Dios" 

En este escenario Jesús, presenta su mesianismo, pero con un estilo completamente distinto. Rompe el gran paradigma del Mesías, que ya no es un militar armado y confrontativo, de luchas de cuerpo a cuerpo (estilo de los Zelotes como Barrabás) sino el ungido, el Mesías armado de la palabra de su Padre y repartiendo amor al enemigo, comprensión para la viudas, huérfanos, sanidad a los inválidos y leprosos y perdón para el pecador y como corolario muerte en la forma más terrible para un judío: muerte de cruz al lado de dos ladrones. 

Había llegado la hora esperada por los siglos, sin embargo, no le entendieron. Tenían del Mesías una imagen distinta de la que veían en Jesús, A consecuencia del sometimiento secular por distintos estados extranjeros, la mayoría de los judíos habían situado su esperanza mesiánica en el plano político. Se esperaba del Mesías la liberación del dominio de Roma (Mc. 12, 13-17). Cristo “parece que defraudó” esta esperanza de sus contemporáneos. Prometía y traía libertad, pero no de la esclavitud política y externa, sino del pecado, que es una esclavitud mucho más fuerte y profunda (Mt. 6, 13; Mc. 1, 15; lo. 8, 33-37). La masa del pueblo no llegó a entender así el mesianismo. Los fariseos rechazaron el mesianismo, de forma que Cristo no pudo hablar con ellos más que discutiendo. Valiéndose de una astuta propaganda política impulsaron a las masas contra Jesús. Eran prisioneros de sus ideas naturales y políticas. Hasta a los mismos discípulos fieles a Jesús les fue difícil entender su mesianismo espiritual, invisible y apolítico. Se confiesan a El cuando vuelven desde Betsaida hacia la región de Cesárea de Filipo, y Jesús les preguntó: "¿Quién dicen los hombres que soy yo? Ellos le respondieron, diciendo: Unos, que Juan Bautista; otros, que Elías, y otros, que uno de los profetas. El les preguntó: Y vosotros, ¿quién decís que soy? Respondiendo Pedro, le dijo: Tú eres el Cristo" (Mc. 8, 27-30; cfr. Mt. 16, 13-16).

Seguimos con el tema la próxima semana. Nos vemos.#Quedeseencada #Sipodemos

[1] Mt 10,34
[2] Mt 5,17
[3] 2 Samuel 7:12-16

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